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Las trampas narrativas de la izquierda

Las trampas narrativas de la izquierda —ya sea socialista, comunista o fascista— son tan poderosas que incluso el más racional de los liberales o libertarios puede caer en ellas.

Empecemos por su propia etiqueta: decirse “socialistas” ya es una trampa. Su narrativa gira en torno a la idea de que la nación es una gran comunidad que debe protegerse de los intereses individuales. Van de lo general a lo particular: construyen el relato de que la gran nación está formada por pequeñas comunidades o comunas especializadas. Romantizan esta visión, acusando que lo contrario sería el “individualismo egoísta” de los liberales. Y ahí es donde muchos liberales y libertarios caen en la trampa: se enganchan discutiendo sobre “individualismo vs. comunismo”, cuando en realidad la izquierda nunca tuvo la intención de organizar una verdadera sociedad. Simplemente se apropiaron del término. Se hacen llamar socialistas, pero no lo son en el sentido de promover una sociedad libre y auténtica.


El individualismo no está en contra de la sociedad. Al contrario: los liberales partimos de lo individual hacia lo general. Buscamos la libertad individual para formar sociedades libres, bajo el principio de la libre asociación. En cambio, los Estados totalitarios prohíben la libre asociación. Entonces, ¿dónde está lo “socialista” en ese modelo?


Otra trampa narrativa es la de la “justa redistribución de la riqueza”. En la práctica, los socialistas nunca redistribuyen riqueza; ese no es su objetivo real. Lo que buscan es destruir los mecanismos que generan riqueza. Pero, sin riqueza, ¿qué se va a redistribuir? Es ilógico. El propio Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels lo deja claro: el impuesto progresivo no es para redistribuir, sino para destruir al capitalismo. Enredarse en debates sobre la “redistribución justa” frente al libre mercado es, literalmente, una pérdida de tiempo.


“El capitalismo es consumismo desenfrenado” —otra mentira más de la narrativa de la izquierda. El consumismo actual es consecuencia del sistema económico implantado por el socialismo a nivel mundial. La banca central, emisora de dinero sin respaldo, fue propuesta en el Manifiesto Comunista para acabar con el capitalismo. Emitir dinero genera inflación, y una reacción natural de la gente es gastarlo antes de que pierda valor. El consumismo es producto de este fenómeno, no del capitalismo. Porque el verdadero capitalismo se basa en el ahorro y la inversión, no en el crédito y el gasto obligado por este sistema.


Otra trampa es creer que “el socialismo es liberal en lo social”. Suena bonito, pero es falso. La izquierda se presenta como la que nos libera del “yugo capitalista” y promete libertades sociales mientras controla la economía. Pero sin libertad económica, no hay libertad social posible. En la práctica, los regímenes socialistas terminan recortando las libertades sociales, como la libertad de expresión, por ejemplo.


Y quizá la más peligrosa de todas sea la narrativa del “progresismo”. Nos venden la idea de que la izquierda representa siempre el progreso, que el futuro será mejor y que nos rescatan del pasado. Para sostenerlo, crean enemigos históricos: la conquista española, los conservadores, algún presidente, cualquier figura del pasado que los mantenga en una eterna cruzada moral. Así implantan en nuestra mente que ellos nunca estarán equivocados, porque no representan el pasado, sino el futuro. Pero… ese futuro prometido nunca llega.


Podría seguir, pero lo importante es esto: antes de creer o atacar una narrativa de izquierda, detente y analiza cuál es su verdadera intención. La mayoría de las veces ni siquiera vale la pena enredarse en esas discusiones. Muchas de sus narrativas no solo buscan engañar, sino también arrastrarnos a un eterno debate estéril que no genera ningún valor.

 
 
 

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